Bloque I. RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.
Tema 1. Características políticas, económicas y sociales del
Antiguo Régimen. La política centralizadora de los Borbones.
Introducción.
La herencia del reinado de Carlos II.
La Guerra de Sucesión al Trono de España. (1700 -1713).
Desarrollo.
El Antiguo Régimen.
·
Características políticas: El absolutismo francés:
los Decretos de Nueva Planta.
·
Económicas: El mercantilismo y la fisiocracia.
La situación de la economía española en el siglo XVIII: el predominio del
sector primario y su estancamiento. Abolición de la deshonra legal del trabajo
y el fomento de la industria. Proyectos de repoblación y colonización (Sierra
Morena).
·
Sociales: La sociedad estamental. Estamentos
privilegiados y no privilegiados. El ascenso de la burguesía.
·
Culturales: La Ilustración y la aplicación de
sus principios a la economía y la sociedad.
Los Borbones en España:
·
Los reinados de Felipe V y Fernando VI.
·
El reinado de Carlos III. El Despotismo
Ilustrado en España.
Política administrativa, económica, cultural.
Las Sociedades Económicas de Amigos del País.
Conclusiones:
Es importante destacar el reinado de Carlos III por el
desarrollo experimentado por España durante el mismo en diversos aspectos:
-
Creación de infraestructuras y realización de
importantes obras públicas.
-
Reformas de la legislación y fomento de las
actividades económicas, de la industria y el comercio.
-
Promoción de la cultura y de la educación como
elemento fundamental del desarrollo humano, basándose en los principios de la
Ilustración.
Una herencia que no tuvo continuidad debido a los graves
conflictos que el país deberá afrontar durante el siglo XIX.
Documentos:
Sobre el “Motín de Esquilache”, este texto amplía en qué
consistió y contiene algunos fragmentos de textos históricos sobre las
ordenanzas y la situación.
Para saber más la fuente usada es: http://personal.us.es/alporu/historia/motin_esquilache.htm
Para saber más la fuente usada es: http://personal.us.es/alporu/historia/motin_esquilache.htm
Al principio, aunque ya
era evidente el propósito de Esquilache, no fue posible llevar a cabo el
proyecto: el angustioso tema de los precios lo relegaba a un segundo plano. Los
días 13 y 16 de febrero de 1766, el Diario Noticioso Universal publicó sendas notas
del marqués de Esquilache. Este trataba de razonar la subida de los productos
de primera necesidad. La última cosecha, peor aún que las anteriores, y la ya
decretada libertad de comercio del grano habían originado una descarada
especulación que había incidido en los precios. La elevación del coste había
seguido un proceso gradual: pan, aceite, carbón y
tocino iban subiendo, a
medida que corrían los años, para desesperación de los ya de por si muy
descontentos madrileños.
Así, el pan que en 1761
se vendía en la capital a siete cuartos la libra, ascendió a ocho en 1763, a
diez en 1765 y a doce en los primeros meses de 1766. Los razonamientos de
Esquilache se basaban en la generosidad del Gobierno, que intentaba paliar la situación
por todos los medios. Ciertamente, Esquilache, preocupado por la subida, trató
de remediar el problema, no gravando en el precio del producto el que resultara
de los transportes de grano traído de otros lugares. Pero no es menos cierto
que la forma en que dicha operación se llevó a cabo constituyó un error
político: se privó a los pequeños labradores de sus mulas, con el fin de
utilizarlas para el traslado del grano. El conde de Fernán Núñez explica así lo
ocurrido:
"El marqués había dado unas providencias
extremadamente violentas para hacer venir granos de todo el reino, a costa de
sumas considerables y de grandísima incomodidad y pérdida de los conductores,
violentados en parte, y cuyos clamores aumentaban el número de los
descontentos, que parecían comprarse con el mismo dinero que el rey gastaba
diariamente para mantener el pan a un precio moderado."
Los dispendios del
monarca y los "favores" de Esquilache, que él mismo ponderaba en sus
notas de aquellos días, no hicieron mella en los madrileños.
En tan delicadas
circunstancias, Carlos III y su ministro decidieron en mala hora prohibir las
capas largas y los sombreros de ala ancha o chambergos. Al principio, tuvieron
la precaución de limitar la prohibición al ámbito del funcionariado, con la
idea de que, impuesta en tal ámbito, seria más fácil imponerla al resto de la
población. El 21 de enero de 1766 aparecía el siguiente bando:
"Siendo reparable al rey que los
sujetos que se hallan empleados a su real servicio y oficinas, usen de la capa
larga y sombrero redondo, traje que sirve para el embozo y ocultar las personas
dentro de Madrid y en los paseos de fuera con desdoro de los mismos sujetos,
que después de exponerse a muchas contingencias, es impropio del lucimiento de
la corte y de las mismas personas que deben presentarse en todas partes con la
distinción en que el rey los tiene puestos; conviniendo cortar estos abusos que
la experiencia hace ver que son muy perjudiciales a la política y experiencia
del buen gobierno, se ha dignado resolver que se den órdenes generales a los
jefes de la tropa, secretarios de despacho, contadurías generales y
particulares y a todas las demás oficinas que Su Majestad tiene dentro y fuera
de Madrid, paseos y en todas las concurrencias que tengan, vayan con el traje que
les corresponde, llevando capa corta o redigot, peluquín o pelo propio,
sombrero de tres picos en lugar de redondo, de modo que vayan siempre
descubiertos, pues no debe permitirse que usen trajes que les oculten cuando no
puede presumirse que ninguno tenga probos motivos para ello... Advirtiendo a
todos que están dadas las órdenes convenientes para que a cualquiera de los
empleados que están al servicio del rey que se les encuentre con el traje que
se prohíbe se le asegure y mantenga arrestado a disposición de Su
Majestad."
Ante la amenaza de ser
arrestados, los funcionarios, en bloque, aceptaron la medida. Vista la medida
desde una óptica más abstracta, no significaba sino la injerencia estatal en un
uso social arraigado. Pero, de hecho, los usos y las costumbres (a los que hoy
la teoría sociológica considera como cosas distintas) son el producto de una
larga elaboración social. Queremos decir que es la sociedad y no el Estado
quien, de una forma y otra, las crea y las institucionaliza como formas globales
de comportamiento. Las costumbres o mores son harto más importantes, y
ciertamente ellas delimitan a escala total eso que una sociedad dada en un
momento dado de su historia califica como bueno o malo. Pero, además, en
aquella época los usos tenían más importancia que en la nuestra, que es más
flexible y con mayor capacidad de asimilación para asimilar cambios. El hecho
de que el traje anterior (capa larga y sombrero redondo) lograra ser
considerado "nacional" habla por si solo de esta importancia que
adquirieron los usos como forma -además- de oposición al uniformismo europeizante en
que se basaba el rígido racionalismo de los Borbones. Dictar desde arriba, en
aras de una sin duda mayor lógica, los usos, venía a constituir un claro
atentado del Estado contra la sociedad que siempre había tenido capacidad para
disponer, por su cuenta, sus usos sociales. La reforma de los usos y de las
costumbres no puede realizarse desde arriba, por métodos drásticos o violentos.
Impuesta la prohibición
al funcionariado, Esquilache se dispuso a aplicarla a toda la población. El
Consejo de Castilla tuvo la sagacidad de prevenirle: la Reforma no se podía
hacer bruscamente. Por su parte, Campomanes señalaba que seria peligroso
confiscar capas y sombreros en caso de incumplimiento, pues ello infundiría
"odio y grave murmuración entre las gentes". Pero como ya dijimos,
Esquilache era partidario de las decisiones tajantes. El 10 de marzo,
Esquilache tenía ya preparado el bando definitivo. El día siguiente, el bando
apareció en las esquinas, para que todos los madrileños tuvieran conocimiento
de que, definitivamente, se les prohibía el uso del chambergo y de la capa
larga:
"...Ninguna persona -se leía- de
cualquier calidad, condición y estado que sea, pueda usar en ningún paraje,
sitio o arrabal de esta Corte y reales sitios ni en sus paseos o campos fuera
de su cerca el citado traje de capa larga y sombrero redondo para el embozo;
pues quiero y mando que toda la gente civil y de alguna clase, en que se
entiende, todos los que viven de sus rentas o haciendas o de salarios de sus
empleos o ejercicios honoríficos y otros semejantes y sus domésticos y
criados que no traigan librea de las que usan, usen precisamente de capa
corta (que al menos les falte una cuarta para llegar al suelo) o de redigot o
de peluquín o pelo propio o sombrero de tres picos, de forma que de ningún
modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que se refiere a los
menestrales ya todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de
militar), aunque usen de la capa sea precisamente con sombrero de tres picos
o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre o mendigo, bajo la
pena por primera vez de seis ducados y doce días de cárcel, por la segunda
doce ducados o veinticuatro días de carcel.."
|
La reacción popular fue
inmediata: los bandos fueron arrancados. En
sustitución, el pueblo pegaba pasquines que cubrían a Esquilache de injurias.
Naturalmente, éste no se dejó impresionar y tomó medidas para garantizar el
orden, movilizando a los soldados, para que colaborasen con los alcaldes.
Pronto se apodera de las
autoridades un desconcierto que mas bien habría que llamar -como sugiere el
profesor Navarro Latorre- "desgobierno". Desgobierno que nacía y se
nutría de una doble falta de entendimiento "entre los alguaciles del
Ayuntamiento y los de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte". El gremio de
sastres fue prevenido: no se debían confeccionar capas largas... Por su parte,
autoridades civiles y militares se entregaron a una curiosa serie de abusos y
pillerías. Testigo presencial, escribe el conde de Fernán Núñez:
"Los alguaciles destinados para
hacer obedecer esta orden, abusando de su ministerio, como sucede demasiado a
menudo, atacaban a las gentes en las calles, les cortaban ellos mismos las
capas, les sacaban multas y cometían otras tropelías, con las cuales agitaron
el sufrimiento del público."
|
Pronto empiezan a
producirse las respuestas, colectivas e individuales, resultando herido más de
un alguacil al intentar cortar una capa y cobrar una multa en propio interés.
Sobre las colonizaciones:
http://personal.us.es/alporu/historia/pablo_de_olavide.htm
Sobre las colonizaciones:
http://personal.us.es/alporu/historia/pablo_de_olavide.htm
Para poder llevar a cabo esta empresa, Olavide recibió extensos poderes: reclutaría personalmente a sus colaboradores y sería independiente de todas las autoridades administrativas o judiciales, no dependiendo más que del Consejo de Castilla, y del Ministro de Hacienda para las cuestiones económicas. Campomanes puso a su disposición el ganado, los granos, muebles y utensilios agrícolas procedentes de los extinguidos colegios andaluces de los jesuitas, además de cuantiosas sumas extraidas de sus rentas.
La colonización va a llevarse a la práctica en 3-4 zonas bien diferenciadas de la geografía andaluza durante los años de 1767 y 1768:
Las llamadas Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en Jaén, con 22 núcleos, y con capital en La Carolina. Era el llamado "Desierto de Sierra Morena", con 50 kms. sin un alma entre el Viso del Marqués y Bailén.
Las de Andalucía, en torno a La Carlota (Córdoba), en el desierto de La Parrilla, y La Luisiana (Sevilla) en el desierto de la Monclova, como núcleos más importantes.
Las agregadas a las Nuevas Poblaciones de Andalucía en la provincia de Cádiz y cuyos terrenos habían pertenecido a los Propios y Arbitrios de la Ciudad de Sevilla, Armajal yPrado del Rey.
De esa colonización nacerían las poblaciones de La Concepción de Almuradiel, Almuradiel, Arquillos, Aldeaquemada, Montizón, Las Correderas, Santa Elena, La Carolina, Guarromán, La Real Carlota, San Sebastián de los Ballesteros, Fuentepalmera, La Luisiana y aldeas menores. La capitalidad se estableció en La Carolina, sede del Intendente, y una subdelegación en La Carlota.
Los objetivos para los que fueron creadas estas Nuevas Poblaciones, siguiendo los que expone Perdices de Blas y a grandes rasgos, fueron los siguientes:
Formación de una sociedad modelo, que sirviese de ejemplo tanto a los pueblos del entorno como al resto del país, ya sea a los campesinos o a la sociedad estamental. |
Mantener la seguridad y el orden público en el Camino de Madrid a Andalucía. |
Poblar zonas desiertas con un esquema previo:
|
"Cuidará mucho el Superintendente, entre las demás calidades, de que las nuevas poblaciones estén sobre los caminos Reales o inmediatas a ellos, así por la mayor facilidad que tendrán que despachar sus frutos, como por la utilidad de que estén acompañadas, y sirvan de abrigo contra los malhechores o salteadores públicos."
artículo 32 del Fuero de Nuevas Poblaciones
|
La Colonización comienza a materializarse en septiembre de 1767 con la llegada de los primeros colonos. La crisis que vivía toda Europa favoreció la recluta de inmigrantes que no sólo fueron alemanes y flamencos sino también franceses, suizos e italianos. Estos colonos habían sido embarcados en Cette, puerto del Golfo de León, en Francia, y trasladados a puertos españoles, a saber, Almería, Málaga y Sanlúcar de Barrameda, mientras que otros contingentes de futuros colonos eran llevados por tierra hasta Almagro (Ciudad Real). Estas cuatro ciudades van a ser las llamadas cajas de recepción, donde los colonos debían esperar a que se les asignase su destino (Sierra Morena o Andalucía).
Según el Fuero de las Nuevas Poblaciones (5-VII-1767), acada vecino poblador se le entregarían 50 fanegas de tierra de labor, además de algún terreno para plantar árboles y viñas. En cuanto al ganado, se les facilitaría a cada familia dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una puerca de parir. A cambio, durante diez años tendrían la obligación de mantener su casa poblada, y permanecer en los lugares, sin salir ellos ni sus hijos o domésticos extranjeros a otros domicilios; en caso contrario, podrían ser condenados al servicio militar. Después de este tiempo, la obligación de residencia permanece pero su incumplimiento sólo conlleva la pérdida de las tierras.
Según el Fuero de las Nuevas Poblaciones (5-VII-1767), acada vecino poblador se le entregarían 50 fanegas de tierra de labor, además de algún terreno para plantar árboles y viñas. En cuanto al ganado, se les facilitaría a cada familia dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una puerca de parir. A cambio, durante diez años tendrían la obligación de mantener su casa poblada, y permanecer en los lugares, sin salir ellos ni sus hijos o domésticos extranjeros a otros domicilios; en caso contrario, podrían ser condenados al servicio militar. Después de este tiempo, la obligación de residencia permanece pero su incumplimiento sólo conlleva la pérdida de las tierras.
Los primeros tiempos de la historia de las colonias —que el optimismo oficial esperaba ver realizadas en el espacio de dos años— constituyen una constante improvisación, una lucha encarnizada con las dificultades nacidas, la mayor parte de las veces, de un exceso de precipitación, cuya responsabilidad inicial no recaía sobre el superintendente. La naturaleza rebelde, las inclemencias de la estación invernal, la dureza propia de toda obra que nace, exasperaban a los colonos, gran parte de los cuales desconocía las técnicas más rudimentarias de la agricultura. Hubo deserciones, enfermedades y muertes en gran escala. En sustitución de los extranjeros, fueron llegando agricultores de Levante y Cataluña, más acostumbrados al clima de nuestro suelo.
Pese a todo, vence la constancia. Se edifican otros lugares y las colonias crecen. A los primitivos terrenos, emplazados en la provincia de Jaén, entre Despeñaperros y Bailén, se unen ahora nuevas colonizaciones a orillas del Guadalquivir, entre Córdoba y Ecija. Olavide aprovecha esta magnífica oportunidad para poner en práctica su plan de reforma agraria, con excesivo idealismo que truncaría sus ilusiones.
Las mayores dificultades, sin embargo, procedían de las mezquindades humanas incapaces de cooperar en una empresa de entrega y generosidad. Al bien común se ha opuesto siempre el bien particular. Fueron, inicialmente, los habitantes de lugares vecinos, envidiosos del reparto gratuito de las tierras a unos extraños; vinieron después los ricos ganaderos, que veían limitados los antiguos baldíos donde pastaban sus reses; municipios, como el de Ecija, que se apresuró a interponer un recurso ante el Consejo de Castilla, por creer lesionados sus derechos. Por otra parte, las quejas y lamentaciones de los propios colonos se extendieron más allá de nuestras fronteras; los capuchinos alemanes, que servían de directores espirituales en las colonias, emprendieron una campaña de difamación y desprestigio contra el Intendente y sus colaboradores. El Gobierno nombré un visitador que humilló a Olavide, suspendido temporalmente en sus funciones.
En 1769, pasada la tormenta, se reincorpora con más empeño, si cabe, a la dirección de las colonias y planifica su futuro mediante trabajos de irrigación, mejoramiento de cultivos y establecimiento de fábricas. El éxito acompaña ya a la empresa, y a fines de 1775 el número de colonos sobrepasa los 13.000 individuos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario