domingo, 23 de octubre de 2016

Tema 1. Características políticas, económicas y sociales del Antiguo Régimen. La política centralizadora de los Borbones.


Bloque I. RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.
Tema 1. Características políticas, económicas y sociales del Antiguo Régimen. La política centralizadora de los Borbones.
Introducción.
La herencia del reinado de Carlos II.
La Guerra de Sucesión al Trono de España. (1700 -1713).
Desarrollo.
El Antiguo Régimen.
·         Características políticas: El absolutismo francés: los Decretos de Nueva Planta.
·         Económicas: El mercantilismo y la fisiocracia. La situación de la economía española en el siglo XVIII: el predominio del sector primario y su estancamiento. Abolición de la deshonra legal del trabajo y el fomento de la industria. Proyectos de repoblación y colonización (Sierra Morena).
·         Sociales: La sociedad estamental. Estamentos privilegiados y no privilegiados. El ascenso de la burguesía.
·         Culturales: La Ilustración y la aplicación de sus principios a la economía y la sociedad.
Los Borbones en España:
·         Los reinados de Felipe V y Fernando VI.
·         El reinado de Carlos III. El Despotismo Ilustrado en España.
Política administrativa, económica, cultural. Las Sociedades Económicas de Amigos del País.
Conclusiones:
Es importante destacar el reinado de Carlos III por el desarrollo experimentado por España durante el mismo en diversos aspectos:
-          Creación de infraestructuras y realización de importantes obras públicas.
-          Reformas de la legislación y fomento de las actividades económicas, de la industria y el comercio.
-          Promoción de la cultura y de la educación como elemento fundamental del desarrollo humano, basándose en los principios de la Ilustración.
Una herencia que no tuvo continuidad debido a los graves conflictos que el país deberá afrontar durante el siglo XIX.


Documentos:
Sobre el “Motín de Esquilache”, este texto amplía en qué consistió y contiene algunos fragmentos de textos históricos sobre las ordenanzas y la situación.
Para saber más la fuente usada es: http://personal.us.es/alporu/historia/motin_esquilache.htm
Al principio, aunque ya era evidente el propósito de Esquilache, no fue posible llevar a cabo el proyecto: el angustioso tema de los precios lo relegaba a un segundo plano. Los días 13 y 16 de febrero de 1766, el Diario Noticioso Universal publicó sendas notas del marqués de Esquilache. Este trataba de razonar la subida de los productos de primera necesidad. La última cosecha, peor aún que las anteriores, y la ya decretada libertad de comercio del grano habían originado una descarada especulación que había incidido en los precios. La elevación del coste había seguido un proceso gradual: pan, aceite, carbón y tocino iban subiendo, a medida que corrían los años, para desesperación de los ya de por si muy descontentos madrileños.
Así, el pan que en 1761 se vendía en la capital a siete cuartos la libra, ascendió a ocho en 1763, a diez en 1765 y a doce en los primeros meses de 1766. Los razonamientos de Esquilache se basaban en la generosidad del Gobierno, que intentaba paliar la situación por todos los medios. Ciertamente, Esquilache, preocupado por la subida, trató de remediar el problema, no gravando en el precio del producto el que resultara de los transportes de grano traído de otros lugares. Pero no es menos cierto que la forma en que dicha operación se llevó a cabo constituyó un error político: se privó a los pequeños labradores de sus mulas, con el fin de utilizarlas para el traslado del grano. El conde de Fernán Núñez explica así lo ocurrido:
"El marqués había dado unas providencias extremadamente violentas para hacer venir granos de todo el reino, a costa de sumas considerables y de grandísima incomodidad y pérdida de los conductores, violentados en parte, y cuyos clamores aumentaban el número de los descontentos, que parecían comprarse con el mismo dinero que el rey gastaba diariamente para mantener el pan a un precio moderado."
Los dispendios del monarca y los "favores" de Esquilache, que él mismo ponderaba en sus notas de aquellos días, no hicieron mella en los madrileños.
En tan delicadas circunstancias, Carlos III y su ministro decidieron en mala hora prohibir las capas largas y los sombreros de ala ancha o chambergos. Al principio, tuvieron la precaución de limitar la prohibición al ámbito del funcionariado, con la idea de que, impuesta en tal ámbito, seria más fácil imponerla al resto de la población. El 21 de enero de 1766 aparecía el siguiente bando:
"Siendo reparable al rey que los sujetos que se hallan empleados a su real servicio y oficinas, usen de la capa larga y sombrero redondo, traje que sirve para el embozo y ocultar las personas dentro de Madrid y en los paseos de fuera con desdoro de los mismos sujetos, que después de exponerse a muchas contingencias, es impropio del lucimiento de la corte y de las mismas personas que deben presentarse en todas partes con la distinción en que el rey los tiene puestos; conviniendo cortar estos abusos que la experiencia hace ver que son muy perjudiciales a la política y experiencia del buen gobierno, se ha dignado resolver que se den órdenes generales a los jefes de la tropa, secretarios de despacho, contadurías generales y particulares y a todas las demás oficinas que Su Majestad tiene dentro y fuera de Madrid, paseos y en todas las concurrencias que tengan, vayan con el traje que les corresponde, llevando capa corta o redigot, peluquín o pelo propio, sombrero de tres picos en lugar de redondo, de modo que vayan siempre descubiertos, pues no debe permitirse que usen trajes que les oculten cuando no puede presumirse que ninguno tenga probos motivos para ello... Advirtiendo a todos que están dadas las órdenes convenientes para que a cualquiera de los empleados que están al servicio del rey que se les encuentre con el traje que se prohíbe se le asegure y mantenga arrestado a disposición de Su Majestad."
Ante la amenaza de ser arrestados, los funcionarios, en bloque, aceptaron la medida. Vista la medida desde una óptica más abstracta, no significaba sino la injerencia estatal en un uso social arraigado. Pero, de hecho, los usos y las costumbres (a los que hoy la teoría sociológica considera como cosas distintas) son el producto de una larga elaboración social. Queremos decir que es la sociedad y no el Estado quien, de una forma y otra, las crea y las institucionaliza como formas globales de comportamiento. Las costumbres o mores son harto más importantes, y ciertamente ellas delimitan a escala total eso que una sociedad dada en un momento dado de su historia califica como bueno o malo. Pero, además, en aquella época los usos tenían más importancia que en la nuestra, que es más flexible y con mayor capacidad de asimilación para asimilar cambios. El hecho de que el traje anterior (capa larga y sombrero redondo) lograra ser considerado "nacional" habla por si solo de esta importancia que adquirieron los usos como forma -además- de oposición al uniformismo europeizante en que se basaba el rígido racionalismo de los Borbones. Dictar desde arriba, en aras de una sin duda mayor lógica, los usos, venía a constituir un claro atentado del Estado contra la sociedad que siempre había tenido capacidad para disponer, por su cuenta, sus usos sociales. La reforma de los usos y de las costumbres no puede realizarse desde arriba, por métodos drásticos o violentos.
Impuesta la prohibición al funcionariado, Esquilache se dispuso a aplicarla a toda la población. El Consejo de Castilla tuvo la sagacidad de prevenirle: la Reforma no se podía hacer bruscamente. Por su parte, Campomanes señalaba que seria peligroso confiscar capas y sombreros en caso de incumplimiento, pues ello infundiría "odio y grave murmuración entre las gentes". Pero como ya dijimos, Esquilache era partidario de las decisiones tajantes. El 10 de marzo, Esquilache tenía ya preparado el bando definitivo. El día siguiente, el bando apareció en las esquinas, para que todos los madrileños tuvieran conocimiento de que, definitivamente, se les prohibía el uso del chambergo y de la capa larga:
"...Ninguna persona -se leía- de cualquier calidad, condición y estado que sea, pueda usar en ningún paraje, sitio o arrabal de esta Corte y reales sitios ni en sus paseos o campos fuera de su cerca el citado traje de capa larga y sombrero redondo para el embozo; pues quiero y mando que toda la gente civil y de alguna clase, en que se entiende, todos los que viven de sus rentas o haciendas o de salarios de sus empleos o ejercicios honoríficos y otros semejantes y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que usan, usen precisamente de capa corta (que al menos les falte una cuarta para llegar al suelo) o de redigot o de peluquín o pelo propio o sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que se refiere a los menestrales ya todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre o mendigo, bajo la pena por primera vez de seis ducados y doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de carcel.."
La reacción popular fue inmediata: los bandos fueron arrancados. En sustitución, el pueblo pegaba pasquines que cubrían a Esquilache de injurias. Naturalmente, éste no se dejó impresionar y tomó medidas para garantizar el orden, movilizando a los soldados, para que colaborasen con los alcaldes.
Pronto se apodera de las autoridades un desconcierto que mas bien habría que llamar -como sugiere el profesor Navarro Latorre- "desgobierno". Desgobierno que nacía y se nutría de una doble falta de entendimiento "entre los alguaciles del Ayuntamiento y los de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte". El gremio de sastres fue prevenido: no se debían confeccionar capas largas... Por su parte, autoridades civiles y militares se entregaron a una curiosa serie de abusos y pillerías. Testigo presencial, escribe el conde de Fernán Núñez:
"Los alguaciles destinados para hacer obedecer esta orden, abusando de su ministerio, como sucede demasiado a menudo, atacaban a las gentes en las calles, les cortaban ellos mismos las capas, les sacaban multas y cometían otras tropelías, con las cuales agitaron el sufrimiento del público."
Pronto empiezan a producirse las respuestas, colectivas e individuales, resultando herido más de un alguacil al intentar cortar una capa y cobrar una multa en propio interés.

Sobre las colonizaciones:
http://personal.us.es/alporu/historia/pablo_de_olavide.htm


Para poder llevar a cabo esta empresa, Olavide recibió extensos poderes: reclutaría personalmente a sus colaboradores y sería independiente de todas las autoridades administrativas o judiciales, no dependiendo más que del Consejo de Castilla, y del Ministro de Hacienda para las cuestiones económicas. Campomanes puso a su disposición el ganado, los granos, muebles y utensilios agrícolas procedentes de los extinguidos colegios andaluces de los jesuitas, además de cuantiosas sumas extraidas de sus rentas.
La colonización va a llevarse a la práctica en 3-4 zonas bien diferenciadas de la geografía andaluza durante los años de 1767 y 1768:
 Las llamadas Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en Jaén, con 22 núcleos, y con capital en La Carolina. Era el llamado "Desierto de Sierra Morena", con 50 kms. sin un alma entre el Viso del Marqués y Bailén.
 Las de Andalucía, en torno a La Carlota (Córdoba), en el desierto de La Parrilla, y La Luisiana (Sevilla) en el desierto de la Monclova, como núcleos más importantes.
 Las agregadas a las Nuevas Poblaciones de Andalucía en la provincia de Cádiz y cuyos terrenos habían pertenecido a los Propios y Arbitrios de la Ciudad de Sevilla, Armajal yPrado del Rey.
De esa colonización nacerían las poblaciones de La Concepción de Almuradiel, Almuradiel, Arquillos, Aldeaquemada, Montizón, Las Correderas, Santa Elena, La Carolina, Guarromán, La Real Carlota, San Sebastián de los Ballesteros, Fuentepalmera, La Luisiana y aldeas menores. La capitalidad se estableció en La Carolina, sede del Intendente, y una subdelegación en La Carlota.
Los objetivos para los que fueron creadas estas Nuevas Poblaciones, siguiendo los que expone Perdices de Blas y a grandes rasgos, fueron los siguientes:
 Formación de una sociedad modelo, que sirviese de ejemplo tanto a los pueblos del entorno como al resto del país, ya sea a los campesinos o a la sociedad estamental.
 Mantener la seguridad y el orden público en el Camino de Madrid a Andalucía.
 Poblar zonas desiertas con un esquema previo:
  • la admisión única de población útil
  • el desarrollo de todos los ramos de la agricultura
  • el establecimiento de la industria
  • la dispersión de la población por el campo.
"Cuidará mucho el Superintendente, entre las demás calidades, de que las nuevas poblaciones estén sobre los caminos Reales o inmediatas a ellos, así por la mayor facilidad que tendrán que despachar sus frutos, como por la utilidad de que estén acompañadas, y sirvan de abrigo contra los malhechores o salteadores públicos."
artículo 32 del Fuero de Nuevas Poblaciones
Alegoría triunfal de Carlos III entregando tierras a labradores de Sierra Morena
La Colonización comienza a materializarse en septiembre de 1767 con la llegada de los primeros colonos. La crisis que vivía toda Europa favoreció la recluta de inmigrantes que no sólo fueron alemanes y flamencos sino también franceses, suizos e italianos. Estos colonos habían sido embarcados en Cette, puerto del Golfo de León, en Francia, y trasladados a puertos españoles, a saber, Almería, Málaga y Sanlúcar de Barrameda, mientras que otros contingentes de futuros colonos eran llevados por tierra hasta Almagro (Ciudad Real). Estas cuatro ciudades van a ser las llamadas cajas de recepción, donde los colonos debían esperar a que se les asignase su destino (Sierra Morena o Andalucía).

Según el Fuero de las Nuevas Poblaciones (5-VII-1767), acada vecino poblador se le entregarían 50 fanegas de tierra de labor, además de algún terreno para plantar árboles y viñas. En cuanto al ganado, se les facilitaría a cada familia dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una puerca de parir. A cambio, durante diez años tendrían la obligación de mantener su casa poblada, y permanecer en los lugares, sin salir ellos ni sus hijos o domésticos extranjeros a otros domicilios; en caso contrario, podrían ser condenados al servicio militar. Después de este tiempo, la obligación de residencia permanece pero su incumplimiento sólo conlleva la pérdida de las tierras.
Los primeros tiempos de la historia de las colonias —que el optimismo oficial esperaba ver realizadas en el espacio de dos años— constituyen una constante improvisación, una lucha encarnizada con las dificultades nacidas, la mayor parte de las veces, de un exceso de precipitación, cuya responsabilidad inicial no recaía sobre el superintendente. La naturaleza rebelde, las inclemencias de la estación invernal, la dureza propia de toda obra que nace, exasperaban a los colonos, gran parte de los cuales desconocía las técnicas más rudimentarias de la agricultura. Hubo deserciones, enfermedades y muertes en gran escala. En sustitución de los extranjeros, fueron llegando agricultores de Levante y Cataluña, más acostumbrados al clima de nuestro suelo.
Pese a todo, vence la constancia. Se edifican otros lugares y las colonias crecen. A los primitivos terrenos, emplazados en la provincia de Jaén, entre Despeñaperros y Bailén, se unen ahora nuevas colonizaciones a orillas del Guadalquivir, entre Córdoba y Ecija. Olavide aprovecha esta magnífica oportunidad para poner en práctica su plan de reforma agraria, con excesivo idealismo que truncaría sus ilusiones.
Las mayores dificultades, sin embargo, procedían de las mezquindades humanas incapaces de cooperar en una empresa de entrega y generosidad. Al bien común se ha opuesto siempre el bien particular. Fueron, inicialmente, los habitantes de lugares vecinos, envidiosos del reparto gratuito de las tierras a unos extraños; vinieron después los ricos ganaderos, que veían limitados los antiguos baldíos donde pastaban sus reses; municipios, como el de Ecija, que se apresuró a interponer un recurso ante el Consejo de Castilla, por creer lesionados sus derechos. Por otra parte, las quejas y lamentaciones de los propios colonos se extendieron más allá de nuestras fronteras; los capuchinos alemanes, que servían de directores espirituales en las colonias, emprendieron una campaña de difamación y desprestigio contra el Intendente y sus colaboradores. El Gobierno nombré un visitador que humilló a Olavide, suspendido temporalmente en sus funciones.
En 1769, pasada la tormenta, se reincorpora con más empeño, si cabe, a la dirección de las colonias y planifica su futuro mediante trabajos de irrigación, mejoramiento de cultivos y establecimiento de fábricas. El éxito acompaña ya a la empresa, y a fines de 1775 el número de colonos sobrepasa los 13.000 individuos.


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