viernes, 9 de octubre de 2015

La esfinge de Gizeh

Majestuosa e intimidatoria, la gran esfinge parece vigilar y defender el complejo fúnebre de Giza. Su ubicación y su evidente parecido físico con otras estatuas de Jafra (Kefrén), nos indican que fue él quien ordenó su construcción.
Se encuentra ubicada al lado del templo del valle de Jafra, flanqueando por el lado Norte la calzada procesional que une su templo con su pirámide. Está tallada en la roca, aprovechando un montículo que existía sobre la planicie y profundizando en los laterales de la estatua a modo de foso. La roca de la parte de la cabeza es más dura que la del cuerpo, en el que se alternan estratos de roca más blanda con otros de roca más dura. La erosión del viento y la humedad han provocado la aparición de surcos horizontales en toda la escultura.
Hay varias teorías extrañas en torno a la esfinge, que pese a no tener ningún fundamento, están muy extendidas. Han calado tanto entre los aficionados al mundo del misterio que son aceptadas como verdad absoluta. Repasemos alguna de ellas.

Desproporción de la cabeza y el tronco de la esfinge
El cuerpo del león está esculpido a una escala de 22:1 mientras que la cabeza lo está a escala 30:1. Robert M. Schoch es un geólogo que ha conseguido fama gracias a su teoría de que la gran esfinge es mucho más antigua de lo que los que los egiptólogos creen, emplazándo su construcción al menos en el 7000 a.C. Uno de los argumentos que maneja, es precisamente que el tamaño de la cabeza es desproporcionado con el del cuerpo de la escultura, y que por lo tanto fue tallada con posterioridad sobre la escultura original.


Según Lehner (1), la causa de esta desproporción radica en la geología del terreno. La planicie de Giza tiene varios estratos, estando la esfinge ubicado justo sobre una capa de roca más blanda.

Al aislar la roca escarbando el foso por los laterales, observaron la existencia de una fisura del terreno en la zona en la que debería de haber estado la parte más fina del cuerpo del león. A los construcctores no les quedó otra alternativa que alargar el cuerpo para así evitar que la roca se quebrase, y cambiaron la proporción de las patas. La cabeza ya no tenía remedio, y tuvo que quedarse con ese tamaño.

Erosión pluvial en las paredes del foso
También según Schoch, las paredes del foso que flanquean la esfinge muestran unas señales de erosión por torrentes de agua de lluvia. En Egipto, y en especial en Giza, el clima es semi-desértico, por lo habría que remontarse a una época muy pasada para encontrar un clima lluvioso en esa zona. Eso nos lleva a una fecha entre el 9.000 y el 7.000 a.C.

Varias teorías han sido planteadas para explicar esta erosión. Por ejemplo la que propuso Harrel, que argumentó que estaba provocada por la acumulación de tierra humedecida por capilaridad, resultante de las inundaciones del Nilo, o por Gauri, que explicaba cómo el rocío produce la descamación de las rocas calizas.
Es cierto que actualmente el agua que cae sobre Giza es muy escasa, aunque en el invierno llueve ocasionalmente. El total anual de precipitaciones es de 20 mm. Esto indudablemente no basta para provocar surcos en los terraplenes. Pero el clima lluvioso de 5000 a 7000 a.C. al que Schoch atribuye la degradación de la Esfinge, fue evolucionando hasta las condiciones más áridas actuales en una transición que duró desde el período predinástico hasta el final de la 5ª dinastía, en el que el clima seco se alternaba ocasionalmente con lluvias torrenciales. Según Reader, esos cientos de años que transcurrieron desde que se esculpió la gran esfinge hasta que el clima semidesértico finalmente se impuso, fue tiempo suficiente para que los surcos originados por la erosión del agua se produjesen.
Durante la excavación de la década de 1930 en el templo del valle de Micerino (unos pocos cientos de metros al sur de la Esfinge), George Reisner encontró evidencia de que parte del templo había sido muy dañado por erosión de escorrentía (corrientes de agua de lluvia). Su conclusión fue que un tiempo después de la muerte de Micerino, hubo una gran tormenta que produjo fuertes corrientes de agua sobre la planicie de Giza, que avanzó pendiente abajo destruyendo un muro de adobe. Esto es una evidencia de que en esa época, estas lluvias torrenciales se seguían produciendo.
Vandecruys, sin descartar que la erosión por escorrentía durante las dinastías IV y V pudiera tener su punto de influencia, otorga a otras causas las grietas verticales de las paredes que bordean a la esfinge. Si observamos la dirección de las grietas de la pared oeste, vemos que la mayoría siguen una misma dirección, lo que hace pensar en un origen tectónico de las mismas, cuya erosión se ha acentuado por la humedad del ambiente.

Como conclusión podemos afirmar que la datación correcta de la gran esfinge es coincidente con el reinado de Kefrén, como no podía ser de otra manera. Sería muy extraño que si la esfinge hubiese sido anterior a esta fecha no existiese alguna referencia anterior a la IV dinastía.
En la remota época a que Schoch relegaba a este monumento sólo había en Egipto pequeñas bandas nómades de cazadores y recolectores o en su límite más reciente, pequeñas aldeas neolíticas, pero nadie con los recursos técnicos o una motivación creíble y verificada en otros casos, para emprender tal gran tarea, algo que muchos egiptólogos le señalaron repetidamente a Schoch pero lamentablemente para él, en vano.
Qué pasó con su nariz?
A la esfinge le falta la nariz. Hay muchas leyendas al respecto culpando de la fechoría desde a las fuerzas de napoleón que la destruyeron a cañonazos, a los mamelucos o incluso a las tropas inglesas. Incluso Uderzo y Goscinny pusieron sobre Obélix la pesada carga de ser el culpable de la mutilación de la esfinge.
Todas ellas son falsas. Frederic Louis Norden dibujó en 1737 unos bocetos de la esfinge que fueron publicados en 1755, en los que ya carecía de nariz.
Si miramos de cerca el hueco de la nariz podemos ver la huella de dos cinceles de gran tamaño, uno que entra desde arriba y otro desde la aleta derecha. El historiador egipcio al-Maqrizi (siglo XV)  le atribuyó a Muhammad Sa’im al-Dahr, un musulman sufista, la mutilación de la esfinge al ver cómo los campesinos la adoraban y realizaban ofrendas. Su enfado al presenciar esta adoración por una imagen fue tal que ordeno que la desfigurasen.


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