sábado, 11 de febrero de 2017

El carlismo: Dios Patria, Fueros,Rey.

El carlismo

Carlos María Isidro Benito de Borbón y Borbón-Parma (1788-1855)

El carlismo fue en sus inicios un movimiento antiliberal. Su lema era "Dios, Patria, Fueros, Rey", es decir: una política católica y nacionalista que mantuviese el viejo sistema foral, además de la restitución del poder absoluto del rey.
Las guerras carlistas fueron luchas dinásticas, aunque supusieron a la vez el enfrentamiento entre dos ideologías y procedimientos políticos opuestos: tradicionalismo absolutista y liberalismo. Entre los carlistas, partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón y de un régimen absolutista, y los isabelinos, defensores de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón.



Los carlistas formaban el ala tradicional de la sociedad española de la época, englobando a los denominados «apostólicos», tradicionalistas y, sobre todo, a la reacción antiliberal. La lucha entre Isabel II de España, hija de Fernando VII, y Carlos María Isidro, hermano del rey, fue realmente una lucha entre dos concepciones políticas, sociales y de clase. De una parte los defensores del Antiguo Régimen (la Iglesia, la aristocracia, etc.) y de otra los partidarios de las reformas liberales-burguesas, surgidas como consecuencia de la Revolución francesa y de la Revolución industrial, que habían empezado a reorganizar la sociedad, tanto moral como materialmente, especialmente en las clases populares. Así, el carlismo tuvo escasa repercusión en las grandes ciudades, siendo un movimiento predominantemente rural.
Otro aspecto de la disputa transcurría en el terreno religioso, con el deseo de los carlistas de conservar la catolicidad de las leyes y las instituciones, propia de la tradición política española. Los liberales iniciaron un proceso de desamortizaciones (Madoz y Mendizábal) que privaban de terrenos de cultivo a los monasterios, para venderlos en subasta pública a las grandes fortunas, llenando las arcas públicas del estado y de algunos políticos del liberalismo. Iniciaron, también, la quema de conventos y el asesinato de religiosos de 1834 y privaron al campesinado de las tierras comunales de los Ayuntamientos, con las que mantenían una economía de subsistencia, obligándoles a engrosar las filas de un incipiente proletariado que, unos años más tarde, sirvió de fermento a las revoluciones socialistas y anarquistas. Así, España se vio reformada en el terreno político, religioso y social muy gravemente. Como consecuencia de ello, apareció la reacción de los sectores tradicionalistas, defensores del viejo orden gremial, y de la Iglesia, ante la política de los nuevos gobiernos liberales que, con la excusa de modernizar el país, estaban abriendo las puertas al capitalismo.
Además, los partidarios del reclamante Carlos alentaban la reinstauración de la totalidad de los fueros de los territorios de las zonas sublevadas (si bien existen discrepancias entre los historiadores respecto si la defensa de los fueros fue un rasgo característico del carlismo desde su origen o si se manifestó ya empezada la Primera Guerra Carlista), aunque, donde surgió por primera vez el carlismo fue en Castilla, y no en las regiones forales.
Así se conformó el ideario carlista: legitimidad dinástica, tradición católica, monarquía confederal y misionera, con derechos forales de las regiones no afectadas por el decreto de Nueva Planta. Su lema: «Dios, Patria, Rey».

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